El aluvión
Hace unos años la vida me hizo un gran regalo. María Rosa Hernández Zamora tuvo una idea brillante, hacer una alocución al alimón y, mientras lo preparábamos, apareció una palabra que le daba un gran valor a aquel discurso y determinaba con exactitud la existencia de nuestro amado Buen Pastor.
Aquella palabra era aluvión o para ser más exactos de aluvión.
El origen de este territorio sobre el que nos encontramos procede de las riadas de nuestro amado Besós. Hace unos miles de años, este espacio pertenecía a la mar y el río, año tras año, con pocas pausas fue arrastrando en aluvión la tierra de muchos lugares hasta dejarla en su punto de encuentro con las aguas saladas haciendo que la línea de la costa se retirara y así fue creando este espacio en el que hoy los seres humanos pueden vivir.
Bajo nuestros pies hay tierra arrastrada desde de mil lugares, unida y firme, para sostener nuestros cimientos…
Y sobre esa tierra procedente de tantos lugares, estamos los seres humanos y aquí, sobre los aluviones del río, hemos llegado también en diversos aluviones…
Aquí desde hace mucho tiempo va llegando gente de diversos lugares, unos llegaron al principio, otros llegamos a mitad de camino y otros han llegado más tarde… pero todos hemos llegado,
Y al igual que en la tierra que nos sostiene, todo es muy diverso. Seres humanos, con su propia cultura, sus propios rasgos físicos, su propia lengua, sus propias normas, sus propias emociones…
Creo que en este lugar siempre se ha producido algo fascinante, la integración en una especie de pequeña patria de todos los que habíamos llegado, fuera cual fuera el origen o la edad.
Por eso me atrevo a pedir, con humildad, que nunca olvidemos que cada uno de nosotros llegamos a través de un aluvión como van llegando los nuevos aluviones, haciendo lo posible por mantener viva esta pequeña patria, Bon Pastor, tan especial.
Alcanzar la gloria
Sintió una sacudida que activó sus sentidos. En la obscuridad percibió el contacto con otros seres, sus semejantes o tal vez los de la élite, los de su propio clan o los del enemigo. El letargo todavía nublaba sus facultades, pero ya había vivido antes aquellas sensaciones de manera que, casi sin pensar, podía adivinar lo que iba a acontecer… y aconteció.
Se hizo la luz. Ya no había dudas, era el momento de iniciar una nueva batalla. Percibió el giro y se preparó para la caída que se avecinaba, amortiguada por la mano de su dios.
Sabía todo lo que iba a pasar. Tendido sobre el suelo vio a su lado la figura de uno de los alfiles blancos ¿Cuántas veces habría acabado con su existencia? No lo sabía, no sabía tanto de la vida, sólo era un peón, una pieza destinada al sacrificio que apenas alcanzaba a ver los espacios contiguos, pero conocía bien las afiladas irrupciones de los alfiles, las había sufrido más de una vez.
Las manos de los dioses iban recogiendo todas las piezas alineándolas en sus posiciones de inicio. Se llenó de la intensa emoción que le producía cada batalla, mientras los dedos lo colocaban sobre uno de los escaques.
Le costó un poco ubicarse, estaba sobre una casilla negra, lo que le daba cierta seguridad pues al compartir el color se sentía más protegido. A ambos lados tenía a sus semejantes y a su espalda uno de los caballeros. Ya sabía dónde estaba, defendería el flanco del rey y, tal vez, si llegaba el momento del enroque, estaría junto a él.
Algo había pasado
Algo había pasado, no estaba muy claro, simplemente la luz que guiaba sus pasos se había oscurecido sin que apareciera lo que había causado aquella interferencia.
Era consciente de que no podía detenerse, aunque la inquietud de no ver con claridad hacia donde iban sus pasos generaba duda y temor, sabía que el camino de la vida estaba a bordo del tiempo que nunca se detiene.
De repente tuvo la sensación de que estaba dentro de un laberinto, de que las emociones que siempre guiaban sus pasos e impulsaban sus decisiones, se habían diluido en aquella extraña penumbra.
Su propio ser se encontraba en la profunda soledad que generaba la ausencia de su propio yo.
Se detuvo, dejándose llevar por el tiempo y la soledad. Respiró profundamente, adentrándose en su interior, en busca de la luz de su pasado, de la línea de sus antepasados, en busca de los conocimientos que parecían haberlo abandonado.
Un destello surgió de algún lugar, rasgando sus pupilas y, sin pausa, recuperó la esperanza y retomó sus pasos por el sendero de la vida.
La ubicación de Sisamón
Es
La ubicación de la villa de Sisamón es espectacular, sobre un destacado relieve de roca caliza (a un altitud de 1051 m) rodeado de campos de cereal y de sabinas, ofrece una de las estampas más bellas de la Comunidad de Calatayud.
Sobre el resalte calizo se levantan las principales construcciones del conjunto urbano, su viejo castillo, la torre de la iglesia y los tejados de algunas viviendas, preciosa imagen que da la bienvenida al viajero castellano, especialmente bella al atardecer. Todavía un paseo por su sus calles destila la importancia de Sisamón y su caserío en otras épocas pasadas.
La vieja fuente, en la que se puede apreciar como se aprovechaban los recursos hídricos, con el agua pasando al abrevadero, donde los animales, que eran uno de los ejes fundamentales de la vida y la economía cien años atrás, encontraban el agua que les daba la vida. El agua que, a través de un pequeño canal, llegaba al lavadero, bien estructurado en dos partes y cubierto, que en cierto modo era un lugar de encuentro social para las mujeres, que cargaban con multitud de tareas en la vida rural. Y tras el lavadero una acequia conducía el agua a lo largo del Barranco de la Hoz para proporcionar el riego de los huertos adosados a los riscos sobre el que se alza el imponente castillo.
Junto a la fuente, subiendo hacia la plaza de la iglesia, se hallaba la herrería de Pascual, la industria que permitía obtener los recursos necesarios para las tareas cotidianas, más allá del herraje de las mulas. En el camino puede uno detenerse en la plaza de la Virgen de la Carrasca, de reciente creación, desde la que se observa la vieja ermita sobre la ladera del cerro.
En la plaza de la iglesia se puede observar que el edificio religioso, dedicado a San Martín de Tours, vivió diversas etapas en su construcción y en su fachada una pequeña placa nos revela que Juan Villar Sanz, hijo de esa villa, fue Obispo de Lleida.
Desde allí, subiendo un pequeño terraplén, se alcanza la base del castillo de los Heredia, del que hoy solo quedan dos grandes muros que tal vez deberían recibir cierta rehabilitación, una pequeña torre adosada, a la que se atribuye un origen romano y otra gran torre sobre el límite de la ladera que fue convertida en palomar.
A los pies de aquellos muros, hacia el sur, uno puede observar la ermita de Santa Barbara, de Amayas, territorio de Guadalajara. Los Pajares de Calmarza, villa situada en un lugar de extraordinaria belleza en el valle del Mesa. Y al otro lado, hacia el norte, brilla el Moncayo. Hacia el este encuentran nuestros ojos la sierra de la Vicora y al oeste podemos observar sobre la cresta de los montes, el inicio de uno de los sabinares más grandes de Europa. En suma, Sisamón es un lugar cargado de historia en el que la naturaleza muestra su grandeza.
Lo que somos
Lo que somos es solo un instante que casi de inmediato pasa a ser lo que fuimos y se convierte en la referencia para lo que seremos, si es que llegamos a ser algo porque el futuro en realidad no existe hasta que se hace presente. De manera que, en cierto modo, la memoria somos nosotros y cuando se pierde nos perdemos con ella. Pero no es fiable en absoluto, sino que trabaja para nuestro propio bienestar, agrupando los recuerdos donde resulta más conveniente, dándoles el tono que le parece mejor y arreglando los detalles para que no resulten demasiado perturbadores.